No, no sólo es caminar; es un viaje que te cambiará a ti mismo y tu forma de estar en el mundo. Es... El Camino de las Estrellas.
Aquella mañana desperté sin saber muy bien donde estaba, diríase que desorientada. Había dormido con tanta profundidad, que en ese amanecer, los sueños se mezclaban con la realidad. El albergue de Roncesvalles, tan al pie de La colegiata, avivó mi sed de aventura, aquel espacio ancestral y evocador, con luces iridiscentes, con sus paredes guardianas de infinitos secretos, imprimía en mi alma la fuerza justa que necesitaría para enfrentarme al reto de cruzar España en soledad, teniendo como únicos aliados a mis pies, mi constancia y este entusiasmo, que siempre me ha hecho alcanzar las grandezas que mi espíritu ha necesitado experimentar.
Con devoción, casi ritualísticamente, recogí mi saco y las pocas pertenencias que me acompañarían en ese viaje. Calzé mis avejentadas botas y me asomé al nuevo día. La lluvia arreciaba, el día se resistía a comparecer, la niebla, propia de la mañana, le daba al lugar el halo de misterio que bien se había ganado a pulso durante tantos años. Respiré hondo, esa bocanada era la última en estado de adormecimiento mental, el Camino no te permite el abandono consciente, cada segundo es un instante en el presente, un tesoro de energías indisolubles. El dolor se convierte en motor, el alma te grita, te arrastra a las profundidades de tu Ser y no puedes hacer nada por esquivar esos momentos. Eres tú contra ti, hasta que descubres que puedes cambiar el adverbio y transmutarlo en "tú con-tigo", y entonces, sólo entonces, tus pasos se vuelven ágiles, tu corazón parece volar. Entonces no hay soledad ni pesadumbre, el cuerpo se torna firme cual armadura mediaval. Entonces es cuando caminas de verdad.
Salté al bosque, bajé por el sendero entramado de ramas y pedreros. La lluvia golpeaba mi rostro, pero esa mañana no me importaba. Cada cierto tiempo escuchaba al pasar "¡buen camino!", todos sonreíamos, allí no hay escusa para la hostilidad. Las mochilas, las botas salpicando en el baile del barro, los bastones agitados para saludar. Todo lo que era formaba ese amado sendero. Mi pecho bramaba "¡estoy aquí, estoy en el Camino! ¡Vamos allá!".
© Noelia Velasco de SiempreVerde

