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La Diosa Montaña

Nuestras montañas representan una formidable barrera de protección, un reservorio cultural de patrimonio, costumbres y creencias, que han acunado durante siglos la memoria de todos los tiempos. A veces, imagino las montañas como poderosos gigantes que circundan nuestro paisaje. Colosos que atienden los desafíos humanos, a veces con letal contundencia mortal, y otras, abriendo sus grutas y cavernas misteriosas, para ofrecer guarida y reposo a los animales, a las personas y a las entidades que ostentan el privilegio de expresarse en ellas. La manifestación física de una montaña es la dureza de la piedra, que en su frecuente compañía, contagia su cualidad infranqueable, por ello es aconsejable intercalar el áspero contacto de esta, con la acogida del bosque, combinando las energías rígidas de una parte con las fértiles de la otra, en una proporción equilibrada y amable. Donde hay una montaña, hay una cumbre y a menudo una fe que decide probarse. No es extraño que el reto deportivo, supere las barreras físicas y mentales, para hermanarse con el aprendizaje del entorno, llegando en ocasiones el humano, a fusionarse con la piel rugosa de la montaña y hacer suya cada grieta, cada rasante, cada hueco fértil en el que crece una recia planta. 

El descenso del mazizo supone la integración del aprendizaje, y la experiencia te ayuda a integrar los movimientos de seguridad para no caer en la distracción de la euforia, ni en la niebla de la soberbia. Con calma, los pasos se superponen en la bajada y la lección de la montaña te cala profundamente hasta la llegada al remanso del bosque que representa la morada. Y a veces y sólo a veces... el que asciende como alumno, desciende como maestro.

Noelia Velasco

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