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Sembradores de lo Ajeno

En los últimos tiempos, paso mi tiempo administrando la creación de un futuro Bosque Comestible y de un jardín con pretensiones de ser mayoritariamente autóctono, y esta gran empresa, cargada de responsabilidades, por tratar tan estrechamente con seres vivos, me ha invitado a meditar profundamente a cerca de los muchos aspectos que se desvelan ante mi a cada paso dado. Y esto me incita a hablar de aspectos que he considerado absolutamente trascendentales.

Me siento ante los planos de diseño o me detengo frente al árbol o la planta con la que voy a colaborar y, a cada pequeña o grande decisión que tomo me hago esta pregunta: ¿qué consecuencias tendrá para la vida?. Cada planta, cada vegetal de este planeta, ha sido diseñado arquetípicamente para un lugar, un clima y unas circunstancias en las que desarrollarse, pero los seres humanos somos caprichosos y actuamos sin sosiego, precipitadamente ante los impulsos del querer, del poseer o del tener, y así, de pronto, decidimos que queremos sembrar o plantar un árbol, por ejemplo, de un clima seco en una zona de elevada pluviosidad, porque nos gusta, por que nos evoca algún recuerdo, o porque somos sin más, meros coleccionistas. La ciencia nos dice con claridad, que este árbol de secano, en un emplazamiento húmedo, por resumir, sufrirá, tratando el resto de su vida, con grandes esfuerzos, a adaptarse a los nuevos requisitos, intentando asegurar su producción y con ella el secreto de su especie para perpetuarse en el tiempo. Y a su cuidador, le obligará a extremar los cuidados constantes, pues el árbol estará sobrexpuesto a plagas y a todo tipo de debilidades, ocupando así, gran parte de su tiempo en esas tareas. Pero la trascendencia es mayor. Pensamos que sólo el árbol es quien sufre, pero la ecología nos habla de un gran ecosistema subdividido en otros más pequeños y complementarios, y la espiritualidad nos revela que todo es uno, entonces, si todo es uno ¿es el árbol sólo un árbol? de ningún modo; el árbol esta íntimamente unido a su entorno, a la tierra en la que crece, a los microorganismos tan valiosos que en ella viven, al resto de vegetales del biotopo en el que habita, a los animales, incluso a los hombres, aunque estos vivan ignorando su papel en la naturaleza.

Cuando un árbol es trasplantado en un torno para el que claramente no fue creado, se produce un rotura en el ecosistema, palpable a niveles físicos, energéticos y espirituales. Surge así un desequilibrio, un malestar, y una sobrecarga de energía, pues aunque no lo veamos, todo el ecosistema se pone manos a la obra para reparar esa quebrada, ese daño, llevándole en la mayoría de los casos, cientos de años para re-adaptar todo el entorno a la nueva configuración. Muchos árboles y plantas mal emplazados, morirán prematuramente, mucho antes del tiempo para el que fueron concebidos, pero la rotura en el espacio ya habrá sido gestada, y su reparación llevará la dimensión de un tiempo para la que el hombre no ha sido creado.

Cuantas más plantas foráneas instalemos en nuestro entorno, más esfuerzos se tomará este ecosistema en restaurar el equilibrio. Y llegado el caso de hacerlo, conviene escoger con acierto, aquellos vegetales que hayan sido creados para climas y condiciones muy similares al lugar donde deseamos establecerlos, y remarco la palabra "deseamos" porque esto es un deseo, y como tal hay que nombrarlo, y como lo que es generará sus consecuencias.

Constantemente me veo tentada de incluir en la lista de plantas muchísimas, que aunque podrían adaptarse al lugar, son extrajeras. Respiro hondo y me llamo al equilibrio, porque ¿quien soy para modificar el paisaje que habito? ¿que orgullo o ego me mueve a ello? Respiro hondo otra vez. Me insto a observar el lugar que me rodea con íntimo detalle, y a tener la valentía de no dañarlo, de no modificarlo con cambios de rotura, porque un lugar autóctono es un espacio en equilibrio, y lo que es afuera, es adentro. ¿Por qué cuando vamos a un bosque autóctono nos contagia su atmósfera hasta el punto de sanarnos? porque cada ser vivo en él, está donde tiene que estar, porque colabora con la vida.


Noelia Velasco




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